viernes, 23 de agosto de 2013

Evolucion urbana: abstracción histórica del espacio público



Desde el principio de la historia humana, las ciudades han nacido y crecido gracias a la asociación de personas en torno a la producción de bienes de alguna clase, ya sea solamente para el sustento básico, en los casos más precarios, hasta la producción de bienes más complejos o intangibles inclusive, como ocurre con muchas ciudades norteamericanas que se desarrollan en torno a universidades, productoras de conocimiento, si lo vemos desde un punto de vista optimista.

La ciudad es aquí el equivalente al oikos que emplea Alberto Mayol en su análisis del modelo político chileno . Allí se suceden la mayor parte de las relaciones sociales que existen o han existido. La ciudad es la convivencia por antonomasia, desde la escala más reducida del individuo con su entorno, pasando por la familia y llegando hasta los distintos grupos, sus relaciones internas y con otros grupos.

Si consideramos a la ciudad como un reflejo de la realidad política e institucional de un país, entonces es posible hacer una serie de correlaciones bastante odiosas, como por ejemplo, el grado de centralismo de un país visto en la concentración de recursos económicos de una capital. También podemos hacer el ejercicio con un prisma más pragmático, como el grado de desarrollo medido en áreas verdes per cápita o porcentaje de cobertura de servicios básicos, tales como servicios sanitarios, de transporte, de salud, educacionales, entre muchos otros.

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Sin entrar en la discusión del modelo de sociedad que un país ostenta, la ciudad, como ente abstracto, parece ser un buen lienzo donde pintar (o ver como otros pintan) dicho modelo. Es en su interior donde se producen los procesos sociales y es el desarrollo de la sociedad que la habita lo que impactará en el tipo de ciudad que resultará después de un período de tiempo determinado.

Ya hecha la pintura, una instantánea de este cuadro en evolución me indicará, por ejemplo, los movimientos de los diversos estratos sociales, como se puede ver en Santiago en el eje Alameda – Providencia – Apoquindo, donde las construcciones hablan de un proceso de migración de las familias ricas en los últimos 100 años.

Por qué las familias ricas se alejan del centro urbano y se retiran hacia zonas cada vez más aisladas, es un fenómeno interesante, pero totalmente ajeno a la ciudad. La ciudad refleja la realidad, es el escenario de la escena. Otros son los actores.

Si la mano se mueve con su pincel sobre este lienzo que es la ciudad, no es a causa de la forma del lienzo, es a causa de la intensión del artista o, en este caso, de las familias ricas. La ciudad nace y crece conforme sus habitantes se desplazan y conviven, la ciudad vive en función de la sangre que corre por sus venas, la ciudad es movimiento, es tiempo y espacio.

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Para el Bicentenario de Chile se proyectaron una serie de imágenes sobre el margen del río Mapocho, donde las luces, interactuando con los relieves y sombras, metamorfoseaban el contenido mismo de esas imágenes lanzadas sobre el río. La pintura y el lienzo en su estado dinámico más puro y real. Un instante para recordar los 200 años de Chile, un espacio ocupado por los habitantes de la ciudad, observando una composición que tuvo su momento y que nunca más volverá a ser igual. Así es como la ciudad, en un instante, puede reflejar las ilusiones y pesares de sus habitantes, en un instante algunos pintan y otros observan, al igual que en la orilla del río Mapocho para el Bicentenario.

La ciudad no solo refleja, transmuta. El reflejo es observado por el habitante, abriendo un nuevo flanco de preguntas. ¿Qué es lo que veo reflejado?

Visto con suficiente perspectiva, el reflejo que es la ciudad nos indica la experiencia de la vida humana, sus potencialidades, los caminos recorridos. A veces basta con observar aquello que se concentra en las intersecciones, en las disyuntivas de la ciudad.

¿Cabrá esperar entonces que el deseo de pintar una realidad diferente para la sociedad, así como la ejecución de ese deseo, se reflejen en la ciudad? Si vemos el aumento de las ciclovías en Santiago los últimos años, por ejemplo, como efecto del aumento del uso de las bicicletas, entonces la respuesta es afirmativa. Se trata, no obstante, de un proceso masivo y paulatino, más que el efecto de un grupo pequeño que se empecina en recorrer las calles en bicicleta. Así como en un comienzo solo existían “Ciclistas Furiosos”, hoy las agrupaciones se han multiplicado, tanto en cantidad, como en carácter e intereses.

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El deseo de la sociedad chilena, entendida esta como el artista que crea, ha sido crecer, ser desarrollados a la mirada de la cultura occidental a la cual pertenecemos. Digo pertenecemos en concordancia con la madre España que nos parió.

En la gestación de nuestro país estaba el orden de las calles a la usanza española, la plaza de armas y los demás elementos que conformaban a una ciudad de ese entonces. Esta instantánea nos habla de un instante de orden y fuerza. En ese instante la ciudad es posesión, es imposición de un orden civilizador, en contra del caos natural que existía a ojos de nuestra Madre.

En el parto de nuestra república, en aquel violento nacimiento, el orden y la fuerza, antes que la razón, quedó gravada a fuego debido a la impronta de nuestra madre. Las plazas de armas se fundaron y multiplicaron, se destruyeron y volvieron a nacer, en esta república infante. No hubo razón, libertad, bondad o armonía en la pintura de aquellos días. Las ciudades, iguales unas a otras, adaptaban el medio a su alrededor, los colores y pinceles eran importados, los trazados eran mecánicos, sin gracia.

Después de 200 años, la ciudad donde se instaló el conquistador me muestra una instantánea diferente. El orden sigue existiendo, al menos donde el poder ejecutivo reside, manifestado por el Palacio de La Moneda. Santiago Centro aún sobrevive al boom inmobiliario, aunque a duras penas.

Hacia la periferia, Santiago muestra múltiples realidades. Zonas donde los patrones son repetitivos, ejecutivos, eficientes. Zonas donde los patrones son trazos largos y poderosos, a veces un tanto caóticos. Mozaicos. Arcilla. Las formas, texturas, colores y distribución casi no siguen un orden general.

Parece existir heterogeneidad, para un espectador recién llegado. Pedro de Valdivia, en un milagro de proporciones, aparece sobrevolando Santiago en un helicóptero y mira hacia abajo. Verá las monstruosas construcciones, el caos, la contaminación. Entrará en un ataque de pánico, no precisamente por el viaje en el tiempo. Igual que el provinciano ante la perspectiva de viajar solo y por primera vez a Santiago. Lo sé por experiencia propia.

Las ciudades en las regiones del centro de Chile, que es donde se instalaron los hijos de la recién parida república, son regulares, ordenadas. Aunque por poco tiempo, porque los márgenes de la pintura crecen y el artista de hoy es diametralmente diferente al de hace 200 años.

El orden de Santiago se ahogó bajo la avalancha del crecimiento y esa avalancha continúa esparciéndose.

El tiempo no pasa en vano dicen y también que más sabe el diablo por viejo que por diablo. El espectador histórico puede hacer su interpretación del reflejo.

El hijo, con la impronta del orden, salió al mundo y se encontró con las ideas de un orden diferente.

Aquí cabe preguntarnos si el artista es a su vez habitante. No es una pregunta trivial. Hay miles de argumentos tanto para una respuesta afirmativa como negativa, así que debemos tomar una decisión y seguir con ella hasta el final.

Considero que el artista es el precursor del cambio, pero no cualquiera, sino el temporal. Es en la dinámica donde la perspectiva toma fuerza. Artista es el que crea, por lo tanto, es en la creación donde encontraremos como residente al artista. Un cuadro en una galería de arte no es creación, es exposición. Artista se es solo cuando empujamos el pincel sobre el lienzo, es el movimiento y su estela.

En habitante, por su parte, es lo estático, es la instantánea de ese reflejo. El habitante está, mientras que el artista es.

Creo que se puede ser ambos, pero también cada uno por separado. He ahí lo complejo, he ahí también el resultado de la creación.

En el nacimiento de la República, el orden era la impronta de la Madre. Sin ella, el hijo buscó su propio camino. Ahí nació el primer artista y el primer habitante. Los pinceles en el suelo, las pinturas sobre la mesa. Alguien debía pintar.

Es curioso lo que sucede a veces, cuando uno logra captar en perspectiva un momento álgido. Indudablemente no sucede masivamente, pero sea más o menos importante o no ese momento, la perspectiva resulta tranquilizadora. La duda se acaba y al frente vemos lo que sin duda pensamos que vendrá.

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El momento álgido hace al artista y su impronta se impregna en los nuevos trazos. La humanidad impregna la instantánea de dudas y decisiones, de ideas y acciones. Nacen los artistas y los habitantes de la obra.

Mirar la ciudad es mirar el cuadro completo, no su manufactura, ni sus influencias de estilo. Mirar el cuadro es ser habitante. Mirar no es academia, es experiencia. El habitante observa y se refleja en la obra que es su ciudad.

Qué es el espacio público sino la multitud reflejada. Allí donde el reflejo permita ver los rostros, el espacio público adquirirá intimidad, sentido de grupo. Allí donde el reflejo sean estelas de rostros al pasar, el espacio público será efímero e individual.

En este gran cuadro, los reflejos serán heterogéneos, con zonas de mayor claridad e intimidad y zonas con mayor indefinición y soledad. El juego del observador histórico es ver en una instantánea la distribución de esa heterogeneidad.

Me pregunto si el cordón umbilical que nos unía a nuestra Madre Patria se enredó con demasiada fuerza en nuestro cuello. Un daño permanente que nos produjo problemas a la vista. Así, como varios famosos impresionistas, nuestro cuadro podría el resultado de una falla de nacimiento.

Sea cual fuera la herencia de nuestro origen, el tiempo ha dado pie para la aparición de nuevas perspectivas. En la dinámica del tiempo, el artista y el habitante cambian, dan paso a las siguientes generaciones. Con o sin herencia de por medio, se mantendrán ciertas líneas, se intercambiarán y surgirán nuevas.

Existen ciertas características que rodean al artista. El creador, por antonomasia, es voluntad. Solo a través de la voluntad podemos transmutar los deseos en realidad.

El habitante es contemplación. A través de la contemplación se vive la experiencia del reflejo. A través del reflejo entendemos la intimidad y la soledad. Y habitamos. Sin duda tenderemos a buscar esa porción del cuadro que nos parezca mejor. Si no podemos ver en perspectiva y la zona que habitamos es homogénea, probablemente habitemos sin preguntarnos por otras zonas del gran cuadro. Si esa homogeneidad es de mayor o menor nitidez, definirá nuestra perspectiva del cuadro. Y lo habitaremos en concordancia con esa experiencia. De mismo modo, si logramos percibir la heterogeneidad, podremos escoger los espacios que nos reflejen mejor.

He aquí la consecuencia de la textura del espacio público. El efecto sobre quien contempla. Nietzche decía que solo vemos a través del prisma de nuestras pasiones, lo cual tiene sentido si recurrimos a la figura del habitante como espectador. Sin duda hay efectos en ambos sentidos, pero en el cuadro grande, donde habita la persona, la experiencia de la contemplación está teñida por la individualidad de la persona. La experiencia de la contemplación es siempre una experiencia personal e intransferible, atribuible a las dimensiones de desarrollo que posea cada persona.

Es interesante constatar que ahí donde las personas poseen menores dimensiones de desarrollo personal, medible por ejemplo a través del nivel educacional, la textura del espacio público es pobre. La homogeneidad de los conjuntos de viviendas sociales en Chile es abismante, así como la falta de espacios públicos y de conectividad.

Las relaciones entre el habitante y su espacio, entendido esto como el proceso de creación mutua de espacio y experiencia, son harina de otro costal. Pero resulta casi insultante no mirar brevemente las causas que originan la textura que nos ofrece el cuadro en el presente.

Pensemos en el presente como en el mayor período de expansión del cuadro o concepto de ciudad que ha vivido Chile. Pensemos en los últimos 30 o 40 años.

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miércoles, 21 de agosto de 2013

Estúpido y razonable ajedrez



Esta columna no sería nada sin los comentarios. Si uno observa el panorama general, se dará cuenta que mayoritariamente hay quienes encuentran estúpida la propuesta (ajedrez como método de enseñanza básica) y quienes la defienden con razones desde la experiencia.

Es una columna que estimula porque aborda un tema sensible en la fauna chilensis... varios temas en realidad, pero principalmente mezcladas con emociones mal dirigidas. Por qué viene este weon a proponer tonteras cuando no hay ni libros en los colegios. El razonamiento de los defensores es muy bueno, pues el ajedrez es un juego tremendamente estimulante y simple a la vez. Claro, podrías tener un video juego 3D para estimular, pero un ajedrez lo puede hacer cualquiera, con materiales reciclados si no tiene cómo pagarlo. Es un juego que puede ser transversal a la clase social, si las cosas fueran distintas en nuestra super linda sociedad-educación.

Hace años nos juntabamos seguido con un amigo. Jugabamos a la pelota, hacíamos carretes variados, con cachos, con naipes y, durante una época larga, con ajedrez. De las 100 veces que jugamos, él ganó 99. Cuando gané, decidí que no quería jugar más con él. La probabilidad de perder nuevamente (99% según la estadística) era muy alta y el sabor de la última victoria se convirtió en mi convicción. Era mi retiro digno.

¿Me hizo más inteligente el ajedrez? No lo sé, pero sí me doy cuenta de que puedo reflexionar sobre aquello en forma similar a cuando debo pensar en las jugadas y posibilidades dentro de una partida de ajedrez. Ahí te das cuenta de que un escenario nunca está cerrado, siempre hay opciones y consecuencias... y cuando menos te lo imaginas tienes un caballo encima, acorralado tras una torre, mientras la reina vigila tu último destino.

Proponer que el ajedrez es bueno, malo o estúpido da lo mismo a final de cuentas, si no eres capaz de ver dónde está la real discusión, lo que significa educación versus lo que tenemos.

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