sábado, 27 de febrero de 2016

Percepción versus "Realidad"





Algo está pasando en la sociedad, en esa masa llamada humanidad. No solo son las redes sociales, ni la rápida evolución de las relaciones y las tribus urbanas. No es solo el individualismo versus el comunitarismo. No es un tema de viejas ideologías contra las nuevas, solo parece ser una evolución que vemos a pedazos. Como los antiguos naturalistas, que salían a terreno a mirar y tratar de entender de qué va esto de la naturaleza, me siento que veo partes de algo que no termino de entender.

Bueno, tal vez lo único constante hoy en día son los partidos políticos, cuya utilidad ha decantado en una especie de línea base de referencia: de aquí tanto hemos cambiado en X e Y tema. 

Es muy probable que no se trate de un cambio neto en la sociedad, sino la evolución de mi propia percepción a medida que me voy haciendo más viejo. Pero es difícil eliminar el sesgo que introduce la propia experiencia, sumado al cúmulo de nuevos conocimientos que circulan en la red, quizás la mayor fuente de conocimientos reales y falsos que existen. 

Tampoco es fácil eliminar el sesgo que produce el propio prisma de nuestras pasiones, parafraseando a Nietzsche. No es lo mismo mi perspectiva hoy, como padre por ejemplo, que mi visión hace 8 años, cuando comencé a llenar de contenidos mi blog, estando aún en la universidad. Las convicciones van cambiando, se descartan algunas, afloran otras nuevas. Lo único claro es la confusión, la mutabilidad de la propia experiencia.

Todo aquel que comparta mi curiosidad furiosa (estilo Jorge el Curioso), o las ganas por aprender de la manera más personal posible podrá vislumbrar que esto no va a ninguna parte. La mayoría del tiempo no es más que un pasatiempo que obsesivamente tratamos de sobrellevar detrás de la cotidianeidad más implacable. No vivimos de esto, pero nos hace respirar las bocanadas más profundas de conciencia. Se transmuta en tu propia forma de vivir, porque quieres ser mejor, quieres que el prisma de tus pasiones distorsione cada vez menos tu propia percepción de realidad. No quieres que nadie te diga qué pensar o qué hacer, quieres hacerlo a tu manera.

Hay momentos en los que duermes una mierda y el estrés lo domina todo. Estás tratando de hacer una vida, de sustentar una familia tal vez o de crecer en tu carrera o en tus relaciones. Pero estás solo, pues a medida que más aprendes te das cuenta que no hay recetas, ni estereotipos que valgan, salvo detrás de una rutina de humor más o menos polémica. Hay que luchar cada día, cada segundo para no caer en la inconciencia, en la monotonía de la repetición.

Suena la alarma, te duchas, haces el desayuno, vistes a tus hijos, los llevas al colegio, vas a trabajar, trabajas, vuelves a tu casa, lavas los platos, cocinas, ordenas, preparas el siguiente día, te pones al día con tu pareja, tal vez su cacha loca, te duermes. Y vuelves a empezar.

Eventualmente cambias de trabajo, tienes otro hijo, nace una estrella, se muere un pariente, explota una bomba, se descubre vida en otros planetas. Cosas que pasan o que pueden suceder. Si has leído Fundación o Duna, sabes que las posibilidades son infinitas. También sabes que la probabilidad de tu propia existencia tiene varios ceros después de la coma. También puedes presumir que la probabilidad de vida en tu planeta tiene varios cientos de ceros después de la coma.

Simplemente todo es demasiado improbable, pero sin embargo es real, está ahí golpeando tu cara hasta el instante en que te hundes en tu rutina y todo se pierde en la bruma de lo cotidiano.

Hasta que vuelves a despertar de esa bruma, y entonces ves que las cosas están cambiando. Pero es muy probable que seas tú quien está cambiando. Simplemente nunca lo sabrás, o será muy tarde para hacer algo basado en pruebas concretas. Las probabilidades son implacables: la mayoría de las decisiones que tomes serán detrás de esa bruma y, siendo generoso, en las restantes decisiones estarás abrumado por hacerlo rápido, antes de caer nuevamente en inconciencia de la rutina, antes de que vuelva a sonar la alarma de un nuevo día.