jueves, 21 de febrero de 2008

Infierno, soledad y palabras

El infierno es estar solo

Joseph Ratzinger

(texto extraído de El Mercurio)

El artículo del Credo sobre el descenso del Señor a los infiernos nos recuerda que, de la revelación cristiana, forma parte no sólo el hablar de Dios, sino también su callar. Dios no sólo es la palabra comprensible, que se acerca a nosotros; también es la causa callada e inaccesible, incomprendida e incomprensible, huidiza. Ciertamente, en el cristianismo hay una primacía del logos, de la palabra, con respecto al silencio: Dios ha hablado, Dios es la Palabra. Pero tampoco debemos olvidarnos del verdadero escondimiento de Dios. Sólo cuando lo hemos conocido como silencio, podemos esperar oír también su hablar, que emana de su silencio. La cristología culmina en la Cruz, el momento de la tangibilidad del amor divino, en la muerte, en el silencio y en la oscuridad. En el grito de muerte de Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", el secreto de Su descenso a los infiernos se hace visible como una lámpara en medio de la noche. No debemos olvidar que esta frase del Crucificado es el verso inicial de una oración de Israel, en la cual se resume de modo impresionante la necesidad y la esperanza del pueblo elegido de Dios, en apariencia profundamente abandonado por Él. Esta oración presentada como un grito en medio de la oscuridad de Dios acaba con una exaltación de Su grandeza.

Se ha dicho que, en este artículo de fe, el término infierno sería sólo una traducción errónea de sheol (en griego: hades), palabra con la cual el hebreo definía aquella condición más allá de la muerte, que se imaginaba de un modo muy vago, como una especie de existencia en la sombra, más un no-ser que un ser. Por tanto, la frase habría significado originalmente que Jesús entró en el sheol, o sea, que murió. Puede que esto sea verdad. Pero permanece la cuestión de qué es verdaderamente la muerte y qué sucede después, cuando alguien muere y penetra en el destino de la muerte. Todos nosotros debemos admitir nuestro embarazo ante esta pregunta. Pero quizá podríamos intentar un acercamiento partiendo del grito de Jesús. En esta última oración, así como en la escena del Monte de los Olivos, parece que el núcleo más profundo de su Pasión no es el dolor físico, sino su soledad radical, su completo abandono. En este punto aparece verdaderamente el abismo de la soledad del hombre como tal, del hombre que en lo más íntimo está solo. Esta soledad, que por lo general es cubierta de muchos modos, significa al mismo tiempo la más profunda contradicción en la esencia del ser humano, que no puede permanecer solo, sino que tiene necesidad de comunión. Por tanto, la soledad es la esfera del miedo. Aclarémoslo con un ejemplo. Si un niño debe caminar solo por un bosque en mitad de la noche, tiene miedo, también aunque se le haya demostrado que no tiene nada de lo que temer. En el momento en que está solo en la oscuridad y siente la soledad de manera radical, surge el miedo, el verdadero miedo del hombre, que no es miedo de algo, sino un miedo en sí mismo. El temor hacia algo determinado es, a fin de cuentas, algo inocuo; puede ser exorcizado alejando el objeto en cuestión. Lo que aquí tenemos es algo más profundo: el hecho de que el hombre, cuando encara la soledad definitiva, no tiene miedo de algo determinado, sino que tiene miedo de la soledad, de la inquietud y de la suspensión de la propia esencia, algo que no puede ser superado racionalmente. Es el estar a solas con la muerte, la siniestra sensación de la soledad en sí misma.

Debemos preguntarnos cómo puede ser superado un miedo así. El niño perderá su miedo en el momento en que haya una mano que lo tome y lo conduzca. También aquel que esté a solas con la muerte sentirá decrecer el impulso del miedo si alguien está con él. Debemos ir un poco más allá. Si existiese una soledad tal que ninguna palabra de otro pudiese llegar y tener un efecto transformante; si hubiese una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar no pudiera haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el teólogo llama infierno. Lo que significa este término podemos definirlo precisamente así: una soledad en la cual no puede penetrar la palabra del amor, y que significa la verdadera suspensión de la existencia. En este contexto, es preciso recordar que los poetas y los filósofos de nuestro tiempo están convencidos de que todos los encuentros entre los hombres permanecen, sustancialmente, en la superficie; nadie tendría acceso a la verdadera profundidad del otro. Todo encuentro, aunque pueda parecer bello, a fin de cuentas no haría otra cosa que narcotizar la incurable herida de la soledad. En lo más íntimo y profundo de cada uno de nosotros habitaría el infierno, la desesperación, la soledad, que es tan indefinible como terrible. Sartre ha constituido su antropología sobre esta idea.

De hecho, una cosa es cierta. Hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay una puerta que podemos atravesar sólo en soledad: la puerta de la muerte. La muerte es la soledad por antonomasia. Pero aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno. Con esto nos situamos de nuevo en nuestro punto de partida. Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; en su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado. Allí donde no se puede escuchar ninguna voz, allí está Él. De este modo, el infierno está superado; o mejor: la muerte, que antes era el infierno, ya no lo es más. Ambas cosas no son ya lo mismo, porque en el corazón de la muerte está la vida, porque el amor habita en su corazón. El infierno es o una clausura voluntaria o, como dice la Biblia, la segunda muerte.

(Texto inédito de Benedicto XVI, extracto del libro "Por qué estamos aún en la Iglesia", recién publicado en Italia. El artículo es una conferencia pronunciada en Munich, en 1968, por el entonces joven y poco conocido teólogo alemán Joseph Ratzinger, en contradicción con la contemporánea tesis de Sartre, "El infierno son los otros")

miércoles, 13 de febrero de 2008

cosas inesperadas

A partir de una conversación, me intrigó que clase de personalidad podría ser alguien que dice lo siguiente (guardé la idea en un poema mula, porque no supe como resguardarla del olvido).

Camino por la ciudad
recorriendo estas calles
viejas, que se repiten a mis pies.

Siempre las mismas calles,
no importa cuánto recorra o
innove, siempre las mismas.



(problemática de la finitud y la trascendencia humana metafóricamente hablando)

Me Aburren

No son mías

No las encuentro aquí dentro.

Pero no puedo dejar de caminar,
de tener fe.

Soy un sentido buscando
su pertenencia.

(referido a "sentido de pertenencia", elemento básico de la esencia humana).

Se han dado cuenta de cómo no existe una real privacidad humana. A nadie le extraña que reporteros fotografíen a personas en sus quehaceres comunes. Imagine usted, con su guatita al aire manguereando a su lola (con agua por supuesto). Y alguien le toma una foto y al otro día sale en las páginas sociales del periódico local. Le gustaría? Lo encuentra normal?. Probalemente no a ambas, pero igual compra el diario, igual va al shopping y come asado el fin de semana. Prefiere no pensar weas y vivir, ser feliz. Yo, en cambio, me siento cual puber intelectual a pajearme sobre la posibilidad de alcanzar la felicidad, como si tal cosa existiese. O existe? Usted cree que existe?
Es una buena pregunta, porque va al cayo de las expectativas de las personas.

Podrían votar acá... incluso si no tiene cuenta votan como anónimos, no me importa, pero sin hacer trampa eso si. Bueno, igual no pasa tanta gente, somos pocos y nunca fue mi intención algo más.

En fin... a veces surgen cosas inesperadas de una conversación cualquiera.

Estén atentos.

jueves, 7 de febrero de 2008

Diosa de la Tierra


Estaba buscando algo sobre Gaia, la Diosa de la Tierra que algunos conocimos en la serie de dibujos animados El Capitán Planeta y di con un artículo en Wiki sobre la Hipótesis de Gaia que dice así:


"La hipótesis o Teoría de Gaia es un conjunto de modelos científicos de la biosfera en el cual se postula que la vida fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno. Según la hipótesis de Gaia la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Gaia se comportaría como un sistema auto-regulador (que tiende al equilibrio). " (extracto de Wiki, link arriba)

La verdad es que siempre me tincó algo así, siento que la idea de una tierra viva es lógica, aunque eso nos deja a nosotros como Virus, como depredadores, tal como sale mencionado en Matrix 1. Porque estamos totalmente fuera de armonía con los demás seres vivos, porque consumimos más de lo que necesitamos. Sin embargo, somos producto de Gaia, somos sus hijos, así que estamos acá por algo.

Un tipo que sea fanático de X-Files podría pensar que somos los anticuerpos de una futura invación o que, por el contrario, somos la infección misma, llegada desde otro mundo. Aún así, la vida inteligente se gestó en alguna parte, en alguna matriz parecida a la Tierra, por lo tanto, somos tan válidos como el resto de la naturaleza, a pesar de que los ecologistas digan lo contrario.


Sí señores!, necesitamos las centrales hidroeléctricas en el sur, necesitamos seguir viviendo.

¿O prefieren centrales nucleares o prefieren que nos metamos a un cohete y nos vayamos todos a la mierda y dejemos a la tierra funcionando sola?

Sí señores!, debemos armonizarnos, debemos ser consumidores concientes, cuidar a nuestra madre Tierra.

En vez de gastar plata llevando a weones fanáticos a protestar a la patagonia desarrollen planes educativos para nosotros los sudacas, para los gringos-chupa-petróleo, para los chinos-conejos-de-mierda o para los europeos-nos-sentimos-culpables-de-nuestro-pasado-oscuro-pero-la- seguimos-cagando.

Porque hasta el momento veo una especie de mercado central, con todos ofreciendo su producto en voz alta y agarrándose a combos con los demás feriantes por el puesto o los productos del vecino.

Hasta cuando señores!