viernes, 4 de marzo de 2016

La fragilidad de la sociedad





Mientras más lo medito, más me convenzo que la evolución de las comunicaciones parece ser la consecuencia irrefrenable de nuestro crecimiento poblacional. También puede ser visto como la condición necesaria para la estabilidad o mantenimiento de este crecimiento, según como se mire. 

Convengamos en que resulta difícil realizar tales afirmaciones sin algo de justificación, pero no es mi objetivo ahora. Puedo indicar como supuesto fundamental que la existencia de la sociedad moderna es el reflejo de esta suerte de estabilidad (principio antrópico), caracterizada principalmente por la democracia. La democracia puede usarse como el concepto que mejor representa a la sociedad moderna. Estoy consciente de que ésta está ampliamente cuestionada, pero es un referente común.

Lo que estaba pensando es la fragilidad de esta estabilidad, entendiendo que la evolución de las comunicaciones son las que han sustentado en gran parte el aprendizaje social que da cuerpo a la suerte de estabilidad que comento. 

Este aprendizaje social hoy en día es global gracias a las comunicaciones, por lo que es más fácil encontrar discursos comunes ante problemáticas locales. También sustenta el aumento de la diversidad social, pero eso también es otro cuento.

La fragilidad que observo se basa en que damos por sentado la existencia de estas redes de comunicación, por una parte, y que además no es parte del debate las características de su existencia. Por ejemplo, hace poco salió a la luz la negativa de Apple al FBI de facilitar el desbloqueo de sus aparatos, lo cual indica que pese a esta evolución tecnológica aún persisten enormes presiones por su control. Si vemos casos como Snowden o Wikileaks, por mencionar lo más conocido, sabremos que la lucha entre la libertad de circulación de la información y la restricción que proviene desde personas sin rostro es feroz. También es una lucha tan antigua como la historia misma, pero hoy esa lucha tiene consecuencias globales que para la mayoría de las personas pueden pasar desapercibidas.

Además de esta lucha entre poderes históricos, nos enfrentamos a retos más novedosos, como el mismo hecho de la globalidad. Lo que antes era material de historia de pueblos o naciones, si tenemos la suerte de sobrevivir a esto, mañana será historia de todo un planeta.

Lo que la historia nos enseña sobre las caídas de los imperios, los movimientos de las fronteras y otros hechos son solo el “big picture” de temas muchos más básicos y cotidianos, relacionados con la vulnerabilidad y el dolor de las personas más desposeídas, las más ajenas a estas luchas de “gran envergadura”. Durante mucho tiempo hemos estudiado esas grandes luchas y durante mucho tiempo también hemos ignorado sus mayores consecuencias: el número de personas afectadas.

Hoy, debido a la globalización, el panorama de un colapso catastrófico de las redes de comunicación es también global. Parece además que nuestros “grandes” líderes no dan un peso por este aspecto.  Nadie parece verlo salvo los mismos potenciales afectados.

La fragilidad pasa, finalmente, por las mismas razones que los imperios, naciones, familias y “tendencias” tienen una existencia efímera en la historia humana. No importa qué tan grande sea el sueño o la lucha, está siempre declina ante las luchas de unos pocos que lo quieren todo.

Tal vez se ha exaltado demasiado la posibilidad de concretar “el sueño”. La posibilidad de alcanzar la cúspide de algo. Mucho se ha ignorado sobre los grandes abismos necesarios para esto. Para toda gran construcción se requiere cavar un hoyo igualmente profundo. El mejor ejemplo son los niveles de desigualdad local (intra-urbanos), regionales (intra-naciones), continentales y globales. Como un buen fractal, la desigualdad se replica sin grandes diferencias a distintas escalas espaciales. 

El bien común está en segundo plano, si es que ha existido alguna vez. La acción individual sigue siendo predominante respecto a la acción de la mayoría, dando por el suelo el concepto de democracia. Visto así, estamos en una estabilidad inestable, instantánea, solo una fotografía del transcurso histórico.