jueves, 14 de mayo de 2015

Inseguridad, incertidumbre y desprotección

 

Bauman cree que uno de los grandes problemas que aqueja a la sociedad posmoderna (actual) es el aumento de la inseguridad, incertidumbre y la desprotección, como producto del derrumbamiento de las estructuras tradicionales que daban a las personas un sentido de trascendencia. Por estructuras tradicionales podemos entender la nación, la familia (apellido) y la religión, como los principales referentes de una época no lejana en la que esto era más importante, prácticamente obligatorio.

Entonces, si mi vida es corta y mortal, no tengo miedo de morir, porque tengo un sentido: mis acciones le dan sostén a la comunidad a la que pertenezco. Con la caída de estas estructuras, el miedo es transmutado en inseguridad, incertidumbre y desprotección.

Hoy en día el mantra en boga es “libertad individual”. Y las estructuras tradicionales solo las limitan, a pesar de las esperanzas de algunos parcialmente liberales.

Se cree que bajo este nuevo escenario hay más oportunidades de ganar, nadie sabe con certeza qué cosa, pero parece una carrera, una competencia despiadada. Lamentablemente, la falta de pistas y la libertad para correr en cualquier dirección produce (curiosamente) un estancamiento. Para dónde corro, contra quién compito.

Esta persona paralizada mira alrededor y puede ver que la mayoría de las personas está paralizada. Unos pocos corren rápidamente para alejarse del grupo y poco a poco se forma una infinidad de grupos que comienzan a caminar en una dirección cualquiera, lentamente esperando el desarrollo económico, la herencia familiar o el Apocalipsis.

En esta alegoría, podríamos decir que quienes comenzaron corriendo desde un principio eran los más ansiosos por salir de ahí. Es probable que ellos mismos hayan inventado el juego. Sabían a donde querían ir: querían ir lejos, tener espacio y poca interacción con la mayoría.

La gente paralizada o que se mueve en grupo es probablemente el 90% de la población mundial. A dónde, qué quiero hacer. He aquí el terreno fértil de la publicidad y de su mente siniestra, un conocedor de los misterios de las comunidades (un sociólogo loco).

Los defensores de la “libertad individual”, los corredores más rápidos del grupo no entienden una cosa fundamental para la convivencia sana. Partieron con ventaja y ahora es imposible alcanzarlos. Una vez lejos, los más veloces ni siquiera giran la cara para ver a quienes dejan atrás. Otros se devuelven y les enseñan a otros pocos como ir más rápido o por donde el paisaje es más bonito (cobrando, transando favores, por caridad, etc.).

Un juego justo, más humano sin duda, sería que todos los participantes volvieran al comienzo, se enseñara de qué se trata el juego y se ensayara antes de dar comienzo a la carrera.

Haciendo la transformada de la alegoría, creo que las reformas a la educación que el mundo requiere para sobrevivir (a la catástrofe cada vez más cercana del calentamiento global y la sobrepoblación), necesitan de todos los corredores que se han alejado del principio.

El humano nace en la inseguridad, incertidumbre y la desprotección. Gracias a los cuidados y enseñanzas de nuestras madres-escuelas, podemos sobrevivir. La “libertad individual” ha implicado que se abandone absolutamente todo al mercado. Los que puedan pagar pasen por acá, aquellos que no puedan pagar recibirán una charla corta de 15 minutos y deberán partir.

Hoy estamos atrapados en la trampa de los que partieron primero y así nos quedaremos por siempre si los corredores no vuelven al principio. ¿O existe otra alternativa?

Si ven esta entrada (esta columna es una reinterpretación del mismo tema), se darán cuenta que los tramposos no quieren volver, justificándose en que es culpa de “la naturaleza humana”. Lo que aún no nos damos cuenta en forma masiva, es que los rezagados somos más, por lo que podemos y debemos inventar nuestro propio juego. Allá ellos, que sigan corriendo.