"Es fácil acoplar una utopía con una ideología, basta recurrir al ardid de vincular los valores esenciales de la respectiva ideología (mercado, individuo racional, &c.) con el voluntarismo romántico utópico por medio de la definición creativa.
La argucia consiste en postular (definir cómo) que un estado solo será racional, si es capaz de plasmar la utopía (por adherir incondicionalmente a sus valores). Adicionalmente, se decreta que, por su condición de racional, un tal estado es el único que puede ser eficaz y lógicamente intachable. De aquí se deduce que no cabe rechazarlo, ya que el hacerlo sería irracional.
Cuando se instala un vínculo tan íntimo entre ideología y utopía, se implanta, necesariamente, el totalitarismo. El peligro de esta alianza se origina en que se establece, una vez más, un sistema deductivo circular y autoreferencial, mediante el cual los dos conceptos se justifican y legitiman uno a otro. Se instala así una barrera infranqueable a la crítica, como ocurre, según vimos, con el sistema: tecnología-economía."
Extracto (editado) de un artículo llamado "Fundamentalismo Económico y Destrucción de la Naturaleza", de Armando Gamarra, a propósito del artículo indicado más abajo.
El espejismo de la justicia social, por Axel Kaiser:
"Mientras haya libertad esos resultados siempre serán desiguales, entonces la búsqueda de justicia social no terminará hasta haberla estrangulado completamente y el espacio de cooperación voluntaria haya sido reemplazado enteramente por coacción estatal..."
"Las palabras y conceptos, explicó el filósofo marxista Louis Althusser, pueden servir como verdaderos "explosivos o venenos" y su captura constituye una parte esencial de la estrategia revolucionaria anticapitalista.
Probablemente no exista un concepto más nocivo para la estabilidad y prosperidad de una sociedad en el sentido de Althusser que el de "justicia social".
A pesar de haber sido una de las causas centrales en la ruinosa crisis actual de las sociedades occidentales, la idea de justicia social se presenta aún por sus partidarios -los más de ellos bien intencionados- como un principio de incuestionable validez ética y como la aspiración máxima de un orden económico y social.
Convertido en dogma, basta su invocación para dividir el mundo entre buenos y malos, siendo sus partidarios los primeros y sus detractores los segundos. Una discusión de fondo, sin embargo, permite esclarecer el carácter profundamente inmoral de esta idea, así como su potencial destructivo y falaz fundamentación.
En su formulación clásica, la idea de justicia social apunta a la redistribución de riqueza. Supone que es injusto que algunos tengan más riqueza y oportunidades que otros y apela a la corrección de la injusticia -o desigualdad- mediante la intervención estatal.
Para los partidarios de la justicia social, una sociedad de personas libres que transan voluntariamente en un mercado abierto y competitivo conduce a resultados injustos, toda vez que unos obtienen y transfieren a su descendencia mayores ventajas que otros. En la base de la idea de justicia social se encuentra así la antigua creencia de que el mercado es un juego de suma cero donde unos ganan a expensas de otros.
Pues si pensáramos lo contrario, esto es, que la ventaja de unos se explica por haber incrementado el bienestar de los otros, entonces difícilmente podría argumentarse que los resultados de un orden de mercado libre son indeseables y menos aun injustos si estos han respondido a acuerdos libres y honestos entre sus participantes. Y este es exactamente el caso en un orden de mercado. En él, especialmente los más desaventajados en una sociedad ven incrementado su estándar de vida de manera sustancial gracias a la creación de riqueza lograda por los más aventajados. Los Steve Jobs, Bill Gates y Andrew Carnegie de este mundo -todos quienes partieron desde abajo por lo demás- crearon su riqueza mejorando de paso la calidad de vida de todos nosotros. Gracias a ellos y a gente como ellos, millones de personas que fueron pobres ya no lo son, y los que continúan en la pobreza tienen mejores oportunidades más que nunca para salir adelante.
El justiciero social no lo ve así. Para él, la sociedad ha sido injusta con los menos aventajados y estos merecen ser compensados por el mero hecho de su desventaja. En esta lógica, la sociedad es algo distinto al conjunto de individuos que la integran: esta tiene una inteligencia propia y una voluntad propia que determina los resultados del mercado en favor de unos y en perjuicio de otros. De ahí que la injusticia sea "social".
Pero la verdad es que la sociedad no puede ser injusta porque no existe como tal. Solo las personas concretas pueden ser injustas, no las abstracciones. Si eso es así, entonces la justicia social consiste en un espejismo que, al pretender resolver una injusticia inexistente mediante el uso de la coerción estatal, se termina transformando ella misma en una fuente de injusticia por excelencia.
Pues como hemos visto, en el fondo la idea de justicia social supone que el actuar de las personas, aun siendo libre y honesto, puede ser injusto si sus resultados conducen a la desigualdad.
Y puesto que mientras haya libertad esos resultados siempre serán desiguales, entonces la búsqueda de justicia social no terminará hasta haberla estrangulado completamente y el espacio de cooperación voluntaria haya sido reemplazado enteramente por coacción estatal."