No sé si se han dado cuenta o es solo mi impresión, pero con el paso de los años la ansiedad de una persona disminuye y lo que era el vigor e idealismo juvenil, se transforma en cierta calma que los jóvenes asocian con lo "fome". Es tal vez conformismo en algunos casos o genuina sabiduría en otros, pero que en el caso de los políticos en ejercicio del poder yo lo llamaría cinísmo. Como masa, la política no cree que las cosas pueden cambiar y lo demuestran con sus intentos tibios, y nada concretos, en estos tres meses de movilizaciones estudiantiles.
Nuestra clase política chilena está compuesta mayormente por personas que en su juventud también lucharon por sus convicciones, tanto o más que el movimiento de hoy, en la época de la dictadura de Pinochet. Y me refiero todos, derecha, centro e izquierda. Hoy, estas mismas personas están sentadas sobre aquellos viejos ideales o convicciones y no son capaces de participar del cambio que se ha estado produciendo en el país. Cambios que han cuajado en el actual ambiente social constitucionalista y reformador de las viejas normas de convivencia, definidas por nuestra Constitución.
Las redes sociales han jugado un enorme rol como herramienta, más que como causa. No comparto el argumento sobre las redes sociales como "causante", tal como lo ha sugerido el primer ministro británico, entre otros “líderes”. La capacidad que hoy existe para aunar ideas y voluntades, a través de las redes sociales, ha permitido que el secuestro de los medios de comunicación sea casi irrelevante y una muestra más de las múltiples escalas antidemocráticas de nuestra sociedad.
Siento que el movimiento, principalmente a través de sus líderes mediáticos, ha mostrado una calma que pareciera ser producto de la edad, pero con toda la fuerza de la convicción que puede tener la juventud. Hay facciones más y menos, pero el conjunto pareciera darse cuenta que las cosas no se logran apurando los procesos, no se logra imponiendo las decisiones. Este aire de calma es el que ha convocado al 80% del país y tiene a los empresarios y autoridades confiados de que podremos solucionar institucionalmente los temas surgidos durante estas movilizaciones. Estamos todos convencidos de que el camino será largo, de ahí la calma que señalo. El mejor ejemplo lo puede dar Islandia, que el 2008 contaban con la mejor calidad de vida del mundo, cuyas movilizaciones comenzaron a principios del 2009, tras la crisis financiera, y aún hoy siguen en el proceso de crear una nueva constitución. Ni hablar de las reformas a las leyes que de esa nueva constitución se desprendan. Es un proceso largo sin duda.
El movimiento estudiantil sabe (y así lo ha planteado) que una nueva constitución, un nuevo modelo educacional, una nueva estructura tributaria, entre otras cosas, son cambios que tomarán no menos de 10 a 20 años. La falacia que algunos políticos nos quieren hacer creer de que no se puede y que el movimiento está pidiendo imposibles, es porque se basan en un precepto erróneo: nadie está diciendo que esto se haga ahora ya. Lo que se está pidiendo es que nos pongamos de acuerdo ahora (institucionalmente y democráticamente) en fijar la hoja de ruta para construir el país que queremos todos los chilenos. ¿Por qué un grupo minoritario decide e impone cómo debe vivir la mayoría? La democracia es la autodeterminación de los pueblos, no la maqueta burda que hoy tenemos en Chile. No se puede desperdiciar este ambiente constitucionalista único en la historia del país.
Quizás se ha dicho muchas veces, pero aquí el problema más grave es el de la legitimidad. Esto significa que, en general, la gran mayoría no le cree al sistema político y económico, sustentado por nuestra actual Constitución. Una que fue hecha por una minoría. Una que fue hecha a la fuerza.
El segundo problema más grave, a mi entender, es el de la destrucción de la dignidad humana a la cual están sometidos los más pobres del país, que en términos reales es más del 50% de la población, con ingresos bajo los 250 mil pesos. Las políticas públicas de vivienda, salud y educación llevan décadas basadas en la cobertura, mientras que la calidad y las condiciones de vida impuestas de esta forma agreden hasta al menos sensible. En simples palabras, las políticas públicas chilenas son violentas y atentan contra los derechos humanos más fundamentales.
Hoy, sin ninguna legitimidad por parte de la ciudadanía, los políticos están cerrados y/o desconcertados. No quieren o no saben ponerse de acuerdo. Después de todo, ya se pusieron de acuerdo en quedarse donde están.
Pues bien señores, entendamos que así no llegaremos a ninguna parte y, al contrario, se producirá más violencia. Lo veo en la frustración de las personas, día a día, y creo que el alcalde de Puente Alto y vicepresidente de Renovación Nacional, M.J. Ossandón, está de acuerdo con este pronóstico. Si no se acuerda una solución a lo planteado por los estudiantes, el descontento social no hará sino aumentar.
Imaginen un movimiento con este nivel de convicción que no logra ningún resultado. Imaginen como crecerá, como comenzará a invadir otras áreas, como ya pasó con el mundo de los trabajadores, como ha estado pasando con el movimiento ambientalista o de libertades sexuales. El cambio de la sociedad chilena está aquí, para bien o para mal y ya es hora de que lo asumamos como el país maduro que creemos ser. Hechos, no palabras por favor.
Agradecimientos al panelista de Estado Nacional (TVN) Alfredo Joignant (o su amigo Zapata) por su concepto de "ambiente constitucionalista" (el término exacto puedo estar plasmándolo con otras palabras).
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