Imaginen un bosque, donde las plantas más bajas están
acostumbradas a poca luz, mientras que los árboles que en conjunto conforman el
bosque, reciben la mayor parte de la radiación solar.
Ahora imaginen que cada mamífero es una planta y, que debido
a la evolución, también aparecieron árboles – el ser humano. El mayor
consumidor de energía de los mamíferos.
Ahora imaginen que cada sociedad es una planta y, debido a
la evolución, también aparecieron los árboles – aún en discusión. Pero no es
difícil reconocer un patrón similar entre los árboles de la multiplicidad de
sociedades, el consumo de energía.
Visto desde el punto de vista social, la necesidad de
crecer, aprender y ser libres, pareciera tener directa relación causal en la
necesidad básica biológica de alcanzar más y más energía. Esa necesidad está
arraigada en el momento mismo de la aparición de la vida. No es difícil
imaginar que uno de los primeros actos de un ser vivo espontáneamente aparecido
fue consumir elementos de su entorno para su asimilación y desperdicios
posteriores. La vida y la relación con el entorno son dos formas de decir lo
mismo, en esencia.
El pecado original biológico sería entonces la aparición de
mutaciones y el nacimiento de la diversidad y los ecosistemas. Expresado en
términos humanos, los ecosistemas son zonas de guerra entre las especies, por
los recursos naturales. Una competencia despiadada.
Una mutación hizo el resto. El humano, en su necesidad de
más recursos, alcanzó las mayores alturas del bosque, que tranquilamente
podemos denominar Gaia. Después de
todo, toda la vida está relacionada con todo lo que la rodea y consigo misma,
en todas sus formas y tamaños.
Pero la competencia es despiadada.
Y la sociedad es lo mismo. Aquí la analogía debe volverse
surrealista para poder señalar lo que resulta obvio con otras palabras.
La analogía comienza con que cada sociedad es una planta y,
debido a la evolución, también aparecieron los árboles. Visto en términos de
evolución macro de las sociedades humanas, la democracia sería el árbol que
parece dominar el panorama general. Si ajustamos el zoom, dentro del bosque de
democracias, hay distintas especies también. Sin duda, podemos decir que aquí la
perspectiva de quienes son árboles y quienes no se vuelve un tema complejo de
abordar, sin caer en lugares comunes que sean tendenciosos.
Hasta ahora podemos visualizar capas sobre capas de
evolución a través de una analogía, pero nos permite cruzar un umbral difícil
de abordar – adentrarnos cada vez más en los detalles de la búsqueda o
necesidad de más energía. Este umbral pisa los talones de la fe, los dogmas y
la superstición. Si alguien logra cruzar ese umbral, podrá observar el
equivalente a las moléculas de ADN agitarse y retorcerse en los embates del
medio ambiente social. En ese entorno es donde aparecen distintas mutaciones –
nuevas especies de sociedades surgen y florecen en nuevos subespecies cada vez
más complejas y especializadas, en una línea de evolución que comienza en tiempos
originales de la especie (vida gregaria), mientras que otras, en el curso de la
evolución se extinguen (cazadores nómadas). Al igual que en la historia de las
plantas, en las sociedades también podemos ver relictos sociales – poligamia, monarquía,
teocracias, feudalismos.
Se puede sentir la tensión y los conflictos de la red social
por la necesidad básica de los recursos. También se ve la contraposición que
hace la razón, descendiente de la vida gregaria más antigua y bien acomodada,
con varias de las subespecies de democracia más antiguas. También podemos
observar que si esa vida gregaria antigua se ve amenazada saca las garras sin
miramientos, pero eso es otro tema.
Inclusive, podemos ver por ahí algunas sociedades que son
una especie de infección, creadas en laboratorios de sociólogos y expertos en
marketing, o por el simple azar.
Actualmente, podemos mirar a nuestro alrededor y observar el
equivalente social a la explosión cámbrica de la biología. A una velocidad
vertiginosa, empujada por la mutación que dio origen a la subespecie científico, las comunicaciones han
acelerado el ritmo de evolución social y nuevas especies y derivados aparecen
por todas partes, todo el tiempo, cada vez más. Algunas viven más y otras
mueren pronto.
A esta velocidad comienzan a aparecer árboles por todas
partes – apellidos, puestos de trabajo, posiciones políticas, recursos
económicos, medios de comunicación, audiencia. Entre estos árboles, sin duda
los más altos son aquellos con recursos económicos, pues son el equivalente
social a las especies fotosintéticas. Crecen para acumular más y más, y así
atrapar más y más energía. En algunas partes se les conoce como rentistas, la
especie que vive gracias al tamaño y extensión que le dio la evolución, sin
competidores de su talla. Pese a que parecen ser los más altos, en realidad son
los más comunes. Como algas, las sociedades acumuladores de energía son
organismos sencillos que se diluyen en las cada vez más complejas redes de
relaciones sociales, multiplicándose y buscando en cada rincón hasta la última
gota de energía. Como un bloom de algas.
A una escala social más compleja, con decenas, cientos o miles
de órganos y sistemas inmunes bien aceitados, las sociedades más prósperas y
acaparadoras de energía son aquellas con mecanismos de autoaprendizaje y
autorregulación social potentes, muchas veces surgidos a partir de una historia
larga y difícil de convivencia en un entorno altamente competitivo por los
recursos.
El medio ambiente social que podemos vislumbrar a través de
esta serie de analogías puede ayudar a interpretar algunos fenómenos sociales,
aunque no del todo sus causas. O tal vez sea difícil asumir que las causas
pueden ser simplemente producto del caos natural, las mutaciones dentro de cada
especie y subespecie social y así en cascada, ocupando cada nicho disponible.
Como el cáncer. Si tomamos a las algas-rentistas como ejemplo, podemos
homologar a las organizaciones criminales como el alga-cáncer-rentista que
carcome las sociedades más complejas, así como a las que no lo son tanto.
También podemos separar entre fenómenos masivos
biológico-sociales y psico-sociales, donde el primero sería, por ejemplo, la
epidemia de la obesidad y el segundo sería el fenómeno de la depresión. Dos
tipos de patologías sociales entre una infinitud de otras tantas.
Como epílogo a este divagar dentro de una analogía, es
curioso imaginar que hasta los árboles más antiguos y grandes pueden
despedazarse debido a su propio peso o caer debido al embate de un huracán imprevisto,
por puro azar.
No puedo dejar de imaginar enormes araucarias cubriendo
grandes territorios, al mismo tiempo que bellas flores medran en lo alto de las
montañas, más allá de donde puede llegar cualquier árbol. Tampoco puedo evitar
imaginar la sombra que proyecta el árbol que imagina tales imágenes, dándole
forma al entorno en la medida que lo invade y lo trasforma todo, en una
escalada cuya trayectoria obedece a la misma naturaleza que sustenta una imagen
así.
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