Hasta el día de hoy el gobierno chileno aún no se decide entre un sistema de super carreteras dentro de la ciudad (al puro estilo californiano o venezolano, con horas puntas de tres horas y tacos kilométricos) y un sistema de transporte público subsidiado como el europeo. Queremos un urbanismo DIGNO Y PENSADO para la gente, no para los autos.
El proyecto de destrucción de árboles en Grecia y Matta para crear un corto corredor para transantiago, absolutamente innecesario en la zona de Grecia, tiene a los vecinos organizados en contra, pero las autoridades no los escuchan. Se logró bajar la tala en Grecia de 600 árboles a 200, pero el impacto será fuerte de todas formas. En Av. Matta está lleno de carteles, con vecinos organizados, pero ni las noticias ni los diarios cubren estas hechos. Los medios guardan silencio, a pesar de que han traido sus cámaras y grabado en varias oportunidades.¿Por qué el silencio?
Es deber de la población civil difundir la información y oponerse a este tipo de decisiones, que atentan contra una ciudad más amable, menos congestionada. Porque si cada año entran a circular más de 120 mil nuevos autos, ¿cuál es la cantidad de autopistas que necesitaremos?. Hay que parar en algún momento.
El gobierno gasta millones en campañas de invierno contra la contaminación, pero invierte casi nada en educación. Se regalan ampolletas de ahorro de energía cuando las comunas pobres gastan un ínfimo de la energía total. Si en el barrio alto se consume más del doble de agua por persona que en las comunas más pobres, ¿cómo será el gasto de energía?. Mientras las comunas pobres utilizan mayoritariamente un transporte público picante y mal diseñado, en el barrio alto se utiliza un vehículo por persona. ¿Para quién se construyen las autopistas?
No hay consecuencia entre el discurso y las acciones de nuestros gobernantes, tampoco hay medios de comunicación que cumplan una labor de equilibro, es más rentable atontarnos con noticias vanas que aseguran la venta de publicidad. ¿Desde cuándo el dinero dejó de ser medio para convertirse en fin?
Este viernes a las 20 hrs, en Azapa con Grecia (a una cuadra del Campus Juan Gómez Millas de la U de Chile) nos vamos a juntar para manifestar nuestro repudio al proyecto. Tal vez no logremos parar la destrucción de árboles, pero si al menos servimos de ejemplo para que no vuelva a suceder, si al menos logramos obtener medidas compensatorias, no todo será pérdida. Acérquense y firmen nuestro petitorio, necesitamos reunir firmas ya que nos han robado cerca de 2.000 firmas y el objetivo es reunir la mayor cantidad posible.
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Rodrigo Meza López
martes, 25 de marzo de 2008
jueves, 20 de marzo de 2008
sábado, 15 de marzo de 2008
5 y 6
5
Los gringos llaman al hecho de trabajar y tener una familia algo así como “sentar cabeza”. Es una expresión curiosa, si se analiza un poco. Sentar cabeza, dejarla en un lugar fijo como queriendo decir “tranquilizar la cabeza”. Pero lo extraño de esto que es atribuyen a una conducta determinada la capacidad de calmar las revoluciones que las personas creamos cuando estamos madurando, en la adolescencia la mayoría. Yo podría decir que he sentado cabeza, pero en el fondo eso es solo lo que los demás podrían pensar de un tipo como yo, que se sustenta y lucha por hacer familia. Yo no puedo compartir esa opinión, porque mi cabeza no ha dejado, de un día para otro, de crear y maquinar y revolucionarse, de cuestionarse, de moverse intranquilamente, muy lejos de “sentar cabeza”, como dice el dicho.
Sinceramente no creo que las personas sienten cabeza tan fácilmente. Me pregunto como dejar de moverme si aún me siento tan jodidamente incompleto, tan lleno de falencias.
6
La naturaleza humana es un misterio inabarcable y lo digo por mí, nada más que por mí, aunque ejemplos sobren allá afuera.
Aunque pensemos o creamos que la vida es una y hay que vivirla, el asunto no es tan simple, porque siempre ocurren cosas que te cambian, que te ajustan o adaptan para no sufrir, aunque eso signifique ir en contra de lo que esperas o anhelas.
¡Si no quieres ser así, cambia!
No es tan solo cosa de decirlo, es algo que va más allá del convencimiento, es algo que requiere circunstancias que lo fuercen, que te obliguen a adaptarte nuevamente, para no sufrir por la “torcedura” anterior. Al final se trata de que no queremos sufrir y sólo por eso el hombre es capaz de las peores atrocidades y los sacrificios más asombrosos.
Aquí la biología galopa con todo su brío. Imparable.
¿Y donde está el alma?
En decidir, en querer pueden opinar algunos, pero aunque quiero creerlo así, soy un maldito escéptico que se tortura en la incertidumbre, sin poder vivir libremente porque no cree en esa libertad.
Ahí está la racionalidad, esa cosa rara que se supone nos define como especie.
Es muy claro que no hay pureza en vivir, que no hay una sola forma de hacerlo y, sin embargo, nos esforzamos por la uniformidad, por la igualdad, aunque algunos piensen que son conceptos diferentes. Tal vez así sea, según la real academia de la lengua española, pero en el uso diario ambas cosas se han vendido por los mismos resultados.
Vivimos buscando los patrones, incluso la simetría guía a los físicos en el esfuerzo por desentrañar los misterios del universo. Es la variable tiempo la que nos limita, la que se ríe de nuestros esfuerzos, el velo que oculta lo que sea que exista detrás de lo que llamamos realidad.
Otra palabra curiosa. Realidad.
Esa que, se supone, define lo que Es, lo que existe. Yo aún no termino de convencerme de que tal cosa Sea. Pero debe serlo, ¿no?, independiente de que podamos acceder a ella.
Tal vez el error es pensar que ella es Una Sola. No creo que estemos preparados o hechos para ver la complejidad, la multiplicidad de lo que somos. Porque si todos, hipotéticamente, somos parte del todo, somos conscientes y tenemos a Dios en nuestro interior, entonces no entiendo porque insistimos en que la realidad es Una Sola. Está dispersa en cada uno y cada uno la completa sin que nunca logremos ver todas sus aristas, si es que estas son finitas. El mismo “tiempo” nos lo impide, es la barrera insalvable que no nos deja unir todas las piezas. En otras palabras, estamos más que caga’os.
Los gringos llaman al hecho de trabajar y tener una familia algo así como “sentar cabeza”. Es una expresión curiosa, si se analiza un poco. Sentar cabeza, dejarla en un lugar fijo como queriendo decir “tranquilizar la cabeza”. Pero lo extraño de esto que es atribuyen a una conducta determinada la capacidad de calmar las revoluciones que las personas creamos cuando estamos madurando, en la adolescencia la mayoría. Yo podría decir que he sentado cabeza, pero en el fondo eso es solo lo que los demás podrían pensar de un tipo como yo, que se sustenta y lucha por hacer familia. Yo no puedo compartir esa opinión, porque mi cabeza no ha dejado, de un día para otro, de crear y maquinar y revolucionarse, de cuestionarse, de moverse intranquilamente, muy lejos de “sentar cabeza”, como dice el dicho.
Sinceramente no creo que las personas sienten cabeza tan fácilmente. Me pregunto como dejar de moverme si aún me siento tan jodidamente incompleto, tan lleno de falencias.
6
La naturaleza humana es un misterio inabarcable y lo digo por mí, nada más que por mí, aunque ejemplos sobren allá afuera.
Aunque pensemos o creamos que la vida es una y hay que vivirla, el asunto no es tan simple, porque siempre ocurren cosas que te cambian, que te ajustan o adaptan para no sufrir, aunque eso signifique ir en contra de lo que esperas o anhelas.
¡Si no quieres ser así, cambia!
No es tan solo cosa de decirlo, es algo que va más allá del convencimiento, es algo que requiere circunstancias que lo fuercen, que te obliguen a adaptarte nuevamente, para no sufrir por la “torcedura” anterior. Al final se trata de que no queremos sufrir y sólo por eso el hombre es capaz de las peores atrocidades y los sacrificios más asombrosos.
Aquí la biología galopa con todo su brío. Imparable.
¿Y donde está el alma?
En decidir, en querer pueden opinar algunos, pero aunque quiero creerlo así, soy un maldito escéptico que se tortura en la incertidumbre, sin poder vivir libremente porque no cree en esa libertad.
Ahí está la racionalidad, esa cosa rara que se supone nos define como especie.
Es muy claro que no hay pureza en vivir, que no hay una sola forma de hacerlo y, sin embargo, nos esforzamos por la uniformidad, por la igualdad, aunque algunos piensen que son conceptos diferentes. Tal vez así sea, según la real academia de la lengua española, pero en el uso diario ambas cosas se han vendido por los mismos resultados.
Vivimos buscando los patrones, incluso la simetría guía a los físicos en el esfuerzo por desentrañar los misterios del universo. Es la variable tiempo la que nos limita, la que se ríe de nuestros esfuerzos, el velo que oculta lo que sea que exista detrás de lo que llamamos realidad.
Otra palabra curiosa. Realidad.
Esa que, se supone, define lo que Es, lo que existe. Yo aún no termino de convencerme de que tal cosa Sea. Pero debe serlo, ¿no?, independiente de que podamos acceder a ella.
Tal vez el error es pensar que ella es Una Sola. No creo que estemos preparados o hechos para ver la complejidad, la multiplicidad de lo que somos. Porque si todos, hipotéticamente, somos parte del todo, somos conscientes y tenemos a Dios en nuestro interior, entonces no entiendo porque insistimos en que la realidad es Una Sola. Está dispersa en cada uno y cada uno la completa sin que nunca logremos ver todas sus aristas, si es que estas son finitas. El mismo “tiempo” nos lo impide, es la barrera insalvable que no nos deja unir todas las piezas. En otras palabras, estamos más que caga’os.
viernes, 7 de marzo de 2008
Warnken
Cristián Warnken
Jueves 06 de Marzo de 2008
A ti
A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro -con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el primer café y recorres distraído las páginas de este diario, buscando algo que no sabes qué es. A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves. A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí. A ti, que estás comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción 'que a él tanto le gusta'. A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora.
A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios. Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu 'iPod' o apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.
A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: 'El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno'.
¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.
Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski. Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.
¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!
Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado.
Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tú no pueden escuchar
Jueves 06 de Marzo de 2008
A ti
A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro -con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el primer café y recorres distraído las páginas de este diario, buscando algo que no sabes qué es. A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves. A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí. A ti, que estás comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción 'que a él tanto le gusta'. A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora.
A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios. Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu 'iPod' o apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.
A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: 'El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno'.
¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.
Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski. Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.
¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!
Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado.
Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tú no pueden escuchar
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