En una ocasión, quisimos hacer con mi cómplice de todas, mi primo Nico, la famosa talla del salero. La idea era tomar un salero tipo, como los de Tom y Jerry, y soltarle la tapa. Luego había que ponerlo cuidadosamente en la mesa y esperar pacientemente a que algún iluso, sea tío, tía, primos, abuelos o papás, cayera en la trampa. El destino quiso que fuese mi tía abuela Hilda, que encontró la sopa un poco desabrida y quiso ponerle más sabor. ¡Zas!. Risas. Carcajadas. Con mi primo estábamos escondidos y observamos toda la escena.
¡Pobrecita!, pero qué fuente de diversión.
Otra memorable que, debido a las neuronas deterioradas por el alcohol de una vida licenciosa, mis tíos atribuyen a unas vacaciones en Navidad, cerca de San Antonio, fue realizada en el mismo lugar de la anterior, la casa de mis abuelos en Talca. Esa vez, el Nico y yo decidimos perfumar el aperitivo antes del almuerzo, en esas típicas reuniones familiares que tantos recuerdos lindos me traen. La idea fue mía, pero mi primo era incondicional cuando se trataba de hueviar a los viejos, así que procedimos a tomar una colonia inglesa, verde y de olor tan característico, de la cómoda de mi abuela y verter unos chorros poco discretos sobre la cubetera de hielo, que estaba fraguándose en el frizer, en espera de enfriar el bálsamo social que implica un rico ponche de vino blanco con frutas. Después de realizar el acto criminal (hoy lo considero así, porque no hay nada más rico y refrescante que un buen ponche) nos fuimos a ver televisión. El resultado es tan memorable como la broma.
Mi tío, el papá del Nico, subió a la pieza de los abuelos, donde estabamos viendo televisión y preguntó quién había sido el responsable de echarle colonia a los hielos.
Resulta que habían empezado a tomar ponche cuando alguien detectó un olor raro. Luego un sabor. Aproximación a la ponchera. ¡Zas!. ¡¡Alguien le puso colonia al hielo!! Mi mamá, como buena madre protectora, dijo: “¡Tiene que ser el Nico!” A esas alturas ya teníamos antecedentes y un largo prontuario con mi primo, tanto en asociación como separadamente. Se pusieron a discutir y llegaron a la conclusión de que mi tío subiría a averiguar quién había sido.
No recuerdo bien si sentí miedo o no, pero me paré y le dije que yo había sido el de la idea. No quería que la cargaran con el Nico, porque estaba conciente de que se nos había pasado la mano, pero hoy pienso “¿Qué niño es capaz de medir verdaderamente las consecuencias de sus actos?” Entonces, bajamos con él al living, donde comunicó la noticia y ocurrió lo memorable. Mi mamá se empezó a reír y dijo: “¡Ja!, ¡qué buena talla cabros!”. Simplemente increíble.
Bueno, no recuerdo las palabras exactas, pero fue algo así. Todos se rieron, algunos se nos retaron y la mayoría pensó “¡Ay, esta Elena! (en referencia a mi madre).
En ese sentido mi madre era una guerrera, porque no importando las circunstancias, siempre nos defendió a mi hermano y a mí del escarmiento público. Ella era la única que tenía derecho a retarnos, a equivocarse con nosotros, pero el resto que se cuidara, porque mi mamá era implacable en defendernos, aún a costa de enojarse con todos los demás.
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