Algo está pasando en la sociedad, en esa masa llamada
humanidad. No solo son las redes sociales, ni la rápida evolución de las
relaciones y las tribus urbanas. No es solo el individualismo versus el
comunitarismo. No es un tema de viejas ideologías contra las nuevas, solo
parece ser una evolución que vemos a pedazos. Como los antiguos naturalistas,
que salían a terreno a mirar y tratar de entender de qué va esto de la
naturaleza, me siento que veo partes de algo que no termino de entender.
Bueno, tal vez lo único constante hoy en día son los
partidos políticos, cuya utilidad ha decantado en una especie de línea base de
referencia: de aquí tanto hemos cambiado en X e Y tema.
Es muy probable que no se trate de un cambio neto en la
sociedad, sino la evolución de mi propia percepción a medida que me voy
haciendo más viejo. Pero es difícil eliminar el sesgo que introduce la propia
experiencia, sumado al cúmulo de nuevos conocimientos que circulan en la red,
quizás la mayor fuente de conocimientos reales y falsos que existen.
Tampoco es fácil eliminar el sesgo que produce el propio
prisma de nuestras pasiones, parafraseando a Nietzsche. No es lo mismo mi
perspectiva hoy, como padre por ejemplo, que mi visión hace 8 años, cuando
comencé a llenar de contenidos mi blog, estando aún en la universidad. Las
convicciones van cambiando, se descartan algunas, afloran otras nuevas. Lo
único claro es la confusión, la mutabilidad de la propia experiencia.
Todo aquel que comparta mi curiosidad furiosa (estilo Jorge el Curioso), o las ganas por
aprender de la manera más personal posible podrá vislumbrar que esto no va a
ninguna parte. La mayoría del tiempo no es más que un pasatiempo que
obsesivamente tratamos de sobrellevar detrás de la cotidianeidad más implacable.
No vivimos de esto, pero nos hace respirar las bocanadas más profundas de
conciencia. Se transmuta en tu propia forma de vivir, porque quieres ser mejor,
quieres que el prisma de tus pasiones distorsione cada vez menos tu propia
percepción de realidad. No quieres que nadie te diga qué pensar o qué hacer,
quieres hacerlo a tu manera.
Hay momentos en los que duermes una mierda y el estrés lo
domina todo. Estás tratando de hacer una vida, de sustentar una familia tal vez
o de crecer en tu carrera o en tus relaciones. Pero estás solo, pues a medida
que más aprendes te das cuenta que no hay recetas, ni estereotipos que valgan,
salvo detrás de una rutina de humor más o menos polémica. Hay que luchar cada
día, cada segundo para no caer en la inconciencia, en la monotonía de la
repetición.
Suena la alarma, te duchas, haces el desayuno, vistes a tus
hijos, los llevas al colegio, vas a trabajar, trabajas, vuelves a tu casa,
lavas los platos, cocinas, ordenas, preparas el siguiente día, te pones al día
con tu pareja, tal vez su cacha loca, te duermes. Y vuelves a empezar.
Eventualmente cambias de trabajo, tienes otro hijo, nace una
estrella, se muere un pariente, explota una bomba, se descubre vida en otros
planetas. Cosas que pasan o que pueden suceder. Si has leído Fundación o Duna,
sabes que las posibilidades son infinitas. También sabes que la probabilidad de
tu propia existencia tiene varios ceros después de la coma. También puedes presumir que
la probabilidad de vida en tu planeta tiene varios cientos de ceros después de la
coma.
Simplemente todo es demasiado improbable, pero sin embargo
es real, está ahí golpeando tu cara hasta el instante en que te hundes en tu
rutina y todo se pierde en la bruma de lo cotidiano.
Hasta que vuelves a despertar de esa bruma, y entonces ves
que las cosas están cambiando. Pero es muy probable que seas tú quien está
cambiando. Simplemente nunca lo sabrás, o será muy tarde para hacer algo
basado en pruebas concretas. Las probabilidades son implacables: la mayoría de las decisiones que tomes serán
detrás de esa bruma y, siendo generoso, en las restantes decisiones estarás abrumado por hacerlo rápido, antes
de caer nuevamente en inconciencia de la rutina, antes de que vuelva a sonar la alarma de un nuevo día.
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