Comenzó a cucharear la pared. Los departamentos santiaguinos colindantes al suyo estaban vacíos. No creía que alguien llegara a ser su vecino. Nunca. Por todo lo que se contaba de ese lugar. Todas las noches sacaba un poco más de material. Se lo llevaba cada mañana para que nadie sospechara. Pronto, la casa fue más grande. Caminaba agachadito para que por la ventana nadie lo viera. Nunca. Y la rutina se hizo. En una mitad caminaba erguido y en la otra se arrastraba como un vil gusano.
Ana Luisa León, 23 años, Santiago.
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