jueves, 7 de enero de 2010

(Felizmente) Casada con problemas

Por Elizabeth Weil, The New York Times (Fuente).

I
Tengo un buen matrimonio. Podría ser mejor. Pero en general nos va bastante bien. La idea de mejorar nuestra unión me vino una noche en la cama. Mientras estaba acostada, me empecé a preguntar por qué yo no me estaba aplicando con la misma dedicación que en otros campos de mi vida al proyecto de ser una esposa. Como la mayoría de mis pares, me había preocupado del colegio, las amistades, el trabajo, la salud, criar a mis hijos. Pero en esta área crítica, el matrimonio, todos solíamos evadirlo. Quería entender por qué. No quería aceptar esto. ¿Por qué tanta pasividad? ¿A qué le tememos todos?

Cuando tenía 20 años pensaba que las personas hacían su propia suerte. Parte de la suerte en la que creía que me hice se personificó en Dan, un encantador, apuesto surfista y escritor que conocí tres días después de haberme mudado a San Francisco. Once años después tenemos dos hijos, dos trabajos, una casa, un arrendatario, una extensa familia. ¿Íbamos a ser descuidados con cómo estaba funcionando nuestra relación?

Así que decidí preocuparme de mi matrimonio, trabajar para mejorarlo, mientras aún lo sentíamos fuerte. Nuestras dos hijas, que ahora tienen 4 y 7 años, ya no necesitaban tanto de nosotros, nuestras carreras se habían estabilizado; habíamos logrado tener nuestra propia casa. Viéndolo de una manera crítica, podría decirse que tenía miedo a sentirme estancada, pero positivamente, que tenía energías para Dan otra vez.

II
Pero, ¿Cómo empezar? ¿Cómo debiese ser un mejor matrimonio? ¿Más feliz? ¿Íntimo? ¿Estable? ¿Con menos peleas? ¿Mejor sexo? ¿Fortalecernos como equipo? ¿Conversaciones más intrigantes? Nuestro objetivo y cómo alcanzarlo aún no estaba muy claro.

El último sábado de primavera, fuimos a Mill Valley para asistir a unas clases de educación de pareja. En círculos más académicos, la educación de pareja es conocida como un programa de "prevención", una admisión implícita de que para el tiempo en que la mayoría de las parejas llegan al paso siguiente -la terapia- es demasiado tarde. Las clases están basadas en la optimista idea de que tú puedes aprender a tener un mejor matrimonio. Nosotros nos inscribimos en un curso de 16 horas repartidas en dos sábados llamado "Dominando los misterios del amor". Las clases enseñan a los estudiantes cómo conversar en pareja, o mejor dicho, cómo dejar las escaramuzas del tipo veamos-quién-gana-retóricamente, que eran tan típicas en nuestra casa. Trabajar la destreza para conversar es un ejercicio que requiere una forzada empatía. Una persona comienza hablando de sus sentimientos. La otra persona luego valida esos sentimientos, repitiéndolos de vuelta.

A mediodía, Dan y yo nos sentamos en un sillón para conversar acerca de "pequeños desacuerdos". Entre nuestras peleas más recurrentes estaban cuánta energía y dinero debíamos destinar a la afición de Dan por cocinar. Poco tiempo después de tener a nuestra primera hija, Hannah, Dan y yo comenzamos a tener la misma conversación todas las noches: ¿quieres ver a las niñas o prefieres cocinar? Yo siempre escogí las niñas, y ahora, siete años después, Dan es un excelente, compulsivo y prolífero chef. Gastamos más en comida que en nuestra propiedad. Sí, comemos bien. Muy bien. Pero ésta era una alegría momentánea. Durante las cuatro horas que cocinaba Dan, yo tenía que atender a nuestras cada vez más hambrientas, cansadas e inquietas hijas, y preocuparme del dinero.

Durante nuestras clases, siguiendo las técnicas de conversación, la distancia emocional entre nosotros en este asunto parecía estar a punto de colapsar. Le decía a Dan, y luego él me repetía: "El caos realmente te está molestando". Después Dan me decía, y yo repetía: "La comida es una parte muy importante de la familia".

Esa tarde, mientras hablábamos de esta manera seria y abierta, sentí que una barrera cayó en nuestro matrimonio. La intimidad comienza cuando la persona expresa sentimientos reveladores, y a su vez, el otro responde con apoyo y empatía, y se logra cuando la primera persona se siente entendida, validada y cuidada. Esto no es nuevo. Pero en los días y noches que siguieron el curso, nuestra intimidad creció. Nunca habíamos considerado que nuestros torneos verbales eran para protegernos de sentimientos incómodos. Claramente lo eran. De vuelta a casa, a la mañana siguiente, me encontré diciéndole a Dan una serie de historias anti-heroicas de mi niñez, historias que nunca le había contado, supongo que por inseguridad.

Durante las semanas siguientes, incluso nuestro sexo se volvió más íntimo, más abierto y natural. Después me sentí nuevamente con ganas de retraerme. Me encantaba la idea de sacar afuera mis emociones escondidas y ver también qué pasaba con las de Dan. Me gustó por un tiempo. Pero Dan tiene una personalidad más fuerte y extrovertida que yo. Temía que, en nuestra intimidad, yo fuese la dominada.

Algunos días, después de noches de intimidad, me levantaba e iba a la cocina queriendo pretender que esto nunca había sucedido. Dan acariciaba mi cintura, pero yo me alejaba. Mientras trabajábamos para mejorar nuestro matrimonio, me encontré apartando a mi marido de mí. Había empezado nuestro proyecto pensando que mientras más cerca estuviésemos, mejor. Pero resulta que no fue así, por lo menos para mí.
Unas semanas después fuimos a una terapia psicoanalítica de pareja. En el camino acordamos no remecer demasiado fuerte las bases de nuestra relación.
Holly Gordon, nuestra psicoanalista, no estuvo muy de acuerdo con nuestro plan. "Para sacarle el máximo de provecho a su tiempo aquí necesitamos que hablen acerca de sus insatisfacciones, algo que quieran mejorar", nos ordenó. Me sentía más confiada en que pudiéramos construir un mejor matrimonio, pero menos en que nuestras personalidades individuales pudieran cambiar. La terapia de pareja, para mí, era parecida a la quimioterapia: útil, pero tóxica.

III
Todo esto se hizo evidente el pasado verano cuando tuvimos la peor pelea de nuestro matrimonio. En ese momento, estábamos en la casa de mis papás, a una hora al noreste de San Francisco. Más que por la comida, más que por los niños, peleábamos por los fines de semanas, en particular, cuántos fines de semanas de verano pasar ahí. Me gustaba el lugar: soleado, los abuelos cuidando de los niños, además podían nadar. Dan lo detestaba, describiéndolo como "un complejo de golf totalmente aburrido en que tu mamá alimenta a nuestros niños con dulces para el desayuno y en el cual se me prohíbe totalmente cocinar".

"¿Cuán lejos quieres que llegue esto?" Dan me gritó el último domingo. "¿Quieres que nos divorciemos para que puedas seguir pasando fines de semanas con tu mamá?".

El martes siguiente, cuando entramos a la oficina de Holly, sentía la certeza de que ella estaría de mi lado: claramente, las comunidades de golf son esnob, pero la familia es mucho más importante. Por otra parte, yo lidiaba más con las niñas, y dejaba a Dan libre con sus locuras en la cocina. Así que esto es lo que obtenía yo.

Holly no estuvo muy de acuerdo conmigo. "Pareciera como si tú crearas estos pequeños enclaves de racionalizaciones: 'Cedí todos los otros frentes, así que tengo el derecho a no ceder en este". Ella tenía razón. Me sentía con el derecho.

"Pero eso representa un problema para Dan. Porque él siente que no es tomado en cuenta".

Dan se animó. "Todos mis miedos se volvieron a hacer presentes. Tengo un verdadero temor a ser un apéndice en esta familia, y que la verdadera familia de Liz sea ella y su madre, y que yo haya sido sólo el donante de esperma. Que estaría bien si yo desapareciera. Cambiaría muy poco las cosas".

"¿En serio?" pregunté. No podía creer que Dan pensara que mi principal relación era con mi madre. Quería saber si él lo sentía así en general o sólo en esas semanas. Dan me dejó claro que cualquier ruptura en nuestra monogamia afectaba el todo. Me pregunté si mejorar mi matrimonio tenía que significar que debía apartarme del mundo. Quería ganar fuerzas de mi matrimonio, eso estaba suficientemente claro. En muchas formas lo hacía. Dan tenía fe en mí, y eso me ayudaba a tener fe en mí misma. Pero claramente le debía a Dan constancia y consideración. Nuestro matrimonio necesitaba ser un lugar para que él también se sintiera fuerte y protegido.

Cerca del final de la sesión, Holly preguntó qué podría ocurrir si abandonaba mis racionalizaciones, si aceptaba una monogamia más completa. Dije que me sentiría vulnerable, "como un corazón palpitante pero sin caja torácica".

IV
Desde que comenzó el proyecto, Dan había estado esperando sólo una cosa: la terapia sexual. Sobre esto tengo una buena y una mala noticia: mejorar el sexo en nuestro matrimonio era mucho más fácil de lo que se podía imaginar, y el proceso de hacerlo nos hizo querer vomitar.

Antes de esto, Dan y yo estábamos teniendo sexo regular, en todo sentido: un par de veces en la semana, y no era terriblemente inventivo. Como en muchas áreas de nuestra vida, habíamos encontrado un punto estable que bien satisfacía nuestros deseos, y nos habíamos mantenido ahí. Pero ahora imaginé a Dan como una persona más libre, capaz de hacer cualquier cosa en cualquier momento. Ahora estaba teniendo los mismos sentimientos de anticipación que tenía a los 20.

Esto es muy bueno, ¿cierto? Un mejor matrimonio implica sexo más apasionado. Pero hasta el momento he descubierto un problema: mejorar mi matrimonio en un área a menudo causa problemas en otro. Más intimidad significa menos autonomía. Más pasión implica menos estabilidad. Pasé mucho tiempo sintiéndome mal por esto, particularmente que el mejor sexo me hiciese retraerme.

Cuando nos conocimos, Dan estaba lidiando con los traumas de un tórrido romance con una mujer emocionalmente sádica y sexualmente ególatra. Ella le dijo cosas crueles a él: él me dijo cosas ofensivas a mí ("¿Por qué me besas así?"). No fue el comienzo perfecto para un matrimonio. Nunca me pude sacudir la sensación de que mi rol en la vida de Dan era ser quien le daba sexo estable y convencional. Nunca discutimos sobre esto. Sólo tuvimos un sexo agotadoramente normal, año tras año tras año.

Ahora, en la oficina de nuestra terapeuta, Betsy Kassoff, nuestros asuntos fueron puestos sobre la mesa. Dan comenzó siendo muy exhaustivo: "Cuando tenía 15 años estaba saliendo con una chica..." No puedo decir cuán enormemente cansada estaba de escuchar sobre las ex novias de Dan. ¿Podríamos no volver a discutir esto otra vez? Peores cosas vinieron. Como que Dan y yo no solíamos hablar mientras teníamos sexo. Y tampoco teníamos contacto visual. "Y, ¿qué pasó con el lado más oscuro, más agresivo de la sexualidad del que hablabas en tus primeras relaciones?", Betsy preguntó a Dan. "¿Podrías decir que te ha sido más difícil incorporar esas partes de ti mismo a esta relación?".

Betsy trabajó delicada y eficientemente, como una enfermera curando una herida. Las capas de nuestra vida erótica seguían cayendo. Admití que me sentía encerrada en nuestro sexo excesivamente convencional y me molestaba que, en el contexto de nuestro matrimonio, Dan supuestamente tuviera un importante historial sexual mientras yo no tenía ninguno. Dan posteriormente admitió sus fantasías acerca de mis amores pasados, sus miedos a que ellos hubiesen accedido a partes mías que para él estaban cerradas. A pesar de nuestros nueve años de matrimonio, ¿podía nuestra vida sexual estar todavía bajo la influencia de ex parejas a quienes ya no hablábamos o ni siquiera deseábamos? El solo pensarlo me puso furiosa y nauseabunda.
Cincuenta minutos después, Dan y yo estábamos en la calle, evasivos y confundidos. Luego volvimos a nuestra casa y resolvimos nuestros problemas, por lo menos al principio. No quiero sonar como esa gente que alardea de su vida sexual, pero tuvimos un sexo excelente. Una vez que nos probamos que no estábamos equivocados de habernos casado -que podíamos tener una vida erótica con el otro tal como lo habíamos tenido con otros antes- los efectos colaterales comenzaron. Un día Dan encontró una caja con fotos antiguas en el subterráneo y las trajo pensando en mostrarles cómo era yo cuando joven a sus hijas. La caja incluía fotos que tenía guardadas de ex novios, fotos que Dan comenzó a lanzar, para gran diversión de las niñas, a través de la habitación.
"Recuérdame nuevamente ¿por qué invitaste tantas ex parejas a nuestro matrimonio?", Dan me preguntó a las seis de la mañana. Ninguno de los dos pudo dormir. "También, hasta ese momento me habías dicho que sólo te habías acostado con dos de ellos. Sólo supe después con el tiempo que lo habías hecho con otros también. ¿Qué estaba pasando? ¿No estabas completamente lista para renunciar a tu pasado? ¿Inmadurez? ¿Autoprotección? ¿Estás disfrutando tener un historial sexual también?". El interrogatorio duró por días. ¿Por qué no le había contado a Dan que había dormido con xxx? Mentí 11 años para evitar el peso de tener que decirle a Dan la verdad, que yo no estaba de acuerdo con que supiese todos los detalles de mi vida sexual antes de él. Pero ahora Dan era mi esposo y eso tenía que cambiar.

V
¿Cómo es un buen matrimonio? ¿Cuán bueno es suficientemente bueno? Según muchos expertos, el "buen matrimonio" está caracterizado por la capacidad de que ambos sean capaces de seguir creciendo, además de que éste les proporcione la fuerza y la valentía requerida para enfrentar el mundo.

Al final, me quedé con esta visión del matrimonio, sentí que tuvo lógica haberme esforzado por ello. Tal vez la perversidad que todos sentimos en la idea de esforzarnos por el matrimonio -la razón por la que pocos de nosotros lo hacemos- proviene de un malentendido sobre la meta. En los primeros años, tomamos el matrimonio como un medio para cumplir nuestros sueños: conseguimos la pareja, incluso hasta una casa, y para ponerle fin a la soledad, tener hijos. Pero seguimos expectantes de que el matrimonio cumpla todos nuestros deseos -brindarnos una felicidad infinita o pasión o intimidad o la estabilidad que ansiamos tener- y que nuestra unión esté medida por su capacidad de satisfacer esos anhelos, es simplista, incluso humillante.

Durante los meses que Dan y yo trabajamos en nuestro matrimonio, luchamos, nos molestamos, nos disputamos por nuestras posiciones. Dan se enojó conmigo; yo me distancié de él. Aprendí cosas de mí misma y de mi relación con Dan que me había esforzado fuertemente en no saber. Pero mientras miraba a Dan dormir me sentí más comprometida que nunca. También sentí que nuestro proyecto podía empezar de verdad: podíamos demandar de nosotros mismos y del otro, la paciencia y el coraje que necesitábamos para crecer.

1 comentario:

Veronica dijo...

yo me fui, despues de 9 años, de verdad senti que el nunca " trabajo" en el matrimonio...un dia ya de dolor y trsietza tome mis cosas y parti... es lo mejor que pude haber hecho.
Sigo firme en eso mientras se me destroza el alma para seguir denuevo de la semillita mas chica que me quede...

gracias por tu texto.