A continuación les dejo una muy buena columna que me llegó por twitter de este sitio de @nacioncl. Muy atingente a lo que se vive en muchas partes del mundo y en lo particular, ya que debido al movimiento social chileno, tenemos el Discurso como el centro de la batalla: ¿quién tiene la verdad?.
Martes 13 de septiembre de 2011| por Edward Docx PROSPECT MAGAZINE
Les tengo algunas buenas noticias. El 25 de septiembre podemos declarar oficialmente que el posmodernismo ha muerto.
¿Cómo se esto? Porque esa es la fecha en que el Museo Victoria y Albert de Londres inaugura lo que llama “la primera retrospectiva comprehensiva” del mundo: “Posmodernismo-Estilo y Subversión 1970-1990.”
Esperen, escucho que ustedes están gritando. ¿Cómo saben ellos? ¿Y qué fue en todo caso el posmodernismo? Nunca lo entendí. ¿Cómo puede haberse terminado? Usted no está solo. Si hay una palabra que nos confunde, irrita y agota a todos, es posmodernismo. Y sin embargo, debidamente entendido, el posmodernismo es inteligente, divertido y fascinante.
Desde Madonna a Lady Gaga, desde Paul Auster a David Foster Wallace, su influencia ha estado en todas partes y continúa. Ha sido la idea dominante de nuestra era.
ALTA ENERGÍA
¿Qué fue entonces? Bueno, la mejor manera para comenzar a entender el posmodernismo es en referencia a lo que hubo antes: el modernismo.
A diferencia de la Ilustración o del romanticismo, el posmodernismo convoca al movimiento que pretende derrocar. El posmodernismo podría así verse como la germinación atrasada de una semilla más antigua, plantada por artistas como Marcel Duchamp durante el apogeo del modernismo en los años ’20 y ’30.
Si modernistas como Picasso y Cezanne se centraron en el diseño, la maestría, la obra única, a los posmodernistas como Andy Warhol y Willem de Koonig les interesó el collage, la casualidad, la repetición. Si modernistas como Virginia Woolf amaron la profundidad y la metafísica, posmodernistas como Martin Amis favorecieron la superficie y la ironía. En cuanto a los compositores, modernistas como Bela Bartok fueron hieráticos y formalistas, mientras que posmodernistas como John Adams fueron juguetones e interesados en la deconstrucción.
En otras palabras, el modernismo prefería el conocimiento, tendía a ser europeo y tenía que ver con lo universal. El posmodernismo prefirió el commodity y Estados Unidos, y asumió todas las circunstancias que el mundo contenía.
Los primeros posmodernistas estaban coaligados en un movimiento de gran fuerza que buscaba romper con el pasado. El resultado fue una permisividad nueva y radical. El posmodernismo fue una revuelta de alta energía, un conjunto de prácticas críticas y retóricas que apuntó a desestabilizar los hitos modernistas de la identidad, el progreso histórico y la certeza epistémica.
Sobre todo, fue una manera de pensar y de hacer que buscó despojar de privilegios a cualquier ethos y negar el consenso del gusto. Como todas las grandes ideas, fue una tendencia artística que creció hasta adquirir significación social y política.
Como ha dicho Ihab Hassan, el filósofo egipcio-estadounidense, a través de este período se movilizó “una vasta voluntad de deshacer, que afectó al cuerpo político, al cuerpo cognitivo, al cuerpo erótico, a la psiquis individual, al campo entero del discurso occidental”.
El posmodernismo apareció por primera vez como término filosófico en el libro “La Condición Posmoderna” (1979) del pensador francés Jean-François Lyotard. Éste se basó en la idea de Wittgenstein del “juego del lenguaje” que apuntaba a que diferentes grupos de personas usan el mismo lenguaje en diferentes formas, lo que a su vez puede llevar a que miren al mundo de maneras bastante distintas.
Así es como, por ejemplo, el sacerdote puede usar la palabra “verdad” de una manera muy diferente al científico, quien, por su parte, podría entender el término en forma diferente al artista. De este modo, la noción de una visión única y totalizadora del mundo (una narrativa dominante) se desvanece.
De allí, sostuvo Lyotard, que todas las narrativas existen juntas, lado a lado. Y esta confluencia de narrativas es la esencia del posmodernismo. Lamentablemente, el 75% del resto de lo escrito sobre el movimiento es incoherente, se auto-contradice o es emblemático de la basura que ha consumido por tanto tiempo al mundo académico de la lingüística y la filosofía “continental”.
¿ACABÓ?
Pero no todo. Hay dos puntos importantes.
Primero, que el posmodernismo es un ataque no sólo contra la narrativa dominante sino también contra el discurso social dominante. Todo arte es filosofía y toda filosofía es política. Y la confrontación epistémica del posmodernismo, esta idea de quitarle privilegio a todo significado, ha llevado por lo tanto a algunas ganancias en el mundo real para la humanidad. Porque una vez que estamos en la tarea de desafiar al discurso dominante, estamos también en la tarea de darles sus voces a grupos hasta ahora marginados. Y a partir de aquí es posible ver de qué manera el posmodernismo ha ayudado a que la sociedad occidental entienda la política de la diferencia y reparar así las atroces injusticias que hasta ahora han ignorado.
El segundo punto es aún más profundo. El posmodernismo apuntaba más lejos que a solamente llamar a una reevaluación de esas estructuras: decía que todos nosotros no somos en nuestros seres más que la sumatoria de esas estructuras. Sostiene que no podemos permanecer apartados de las demandas e identidades que estos discursos nos confieren. Adiós Ilustración. Hasta la vista romanticismo.
En cambio, el posmodernismo plantea que nos movemos a través de una serie de coordenadas en diversos mapas (de clase, de género, de sexo, de etnia) y que esas coordenadas son de hecho nuestra única identidad. No hay nada más.
Éste es el principal reto que trajo el posmodernismo al gran banquete de las ideas humanas. Pero aquí llegamos a la pregunta más complicada de todas: ¿cómo sabemos que el posmodernismo se acabó y por qué?
Veamos las artes, la primera línea de fuego. No es que el impacto del posmodernismo esté disminuyendo o desapareciendo. Más bien, el posmodernismo está siendo reemplazado como discurso dominante y está ahora tomando su lugar en la paleta artística e intelectual junto a todas las otras grandes ideas.
Cada vez más, el posmodernismo se está convirtiendo en “solamente” uno de los colores que podemos usar. ¿Por qué? Porque a todos se nos está haciendo más cómoda la idea de sostener en nuestras cabezas dos ideas irreconciliables: que ningún sistema de significados puede tener un monopolio de la verdad, pero que aún así tenemos que llegar a la verdad mediante el sistema que hemos elegido. (…)
AUTENTICIDAD
El problema está en lo que podríamos llamar la paradoja posmoderna. Durante un momento, mientras colapsaba el comunismo, parecía que a la supremacía del capitalismo occidental se la desafiaba mejor desplegando las tácticas irónicas del posmodernismo.
Pero, con el paso del tiempo, surgió una nueva dificultad: debido a que el posmodernismo lo ataca todo, comenzó a desarrollarse un ambiente de confusión que termino haciéndose ubicuo en los años recientes. Una falta de confianza en los postulados y la estética de la literatura permearon la cultura… por lo que, a falta de todo criterio estético, se hizo más y más útil estimar el valor de las obras según los rendimientos que generaban.
Así, paradójicamente, llegamos a un momento donde la literatura misma ha quedado amenazada, primero por el credo artístico del posmodernismo y, segundo, por el resultado no deseado de ese credo, la hegemonía del mercado. Y hay una paradoja paralela en la política y la filosofía. Si les quitamos los privilegios a todas las posiciones, no podemos ejercer posición alguna, no podemos por lo tanto participar en la sociedad y así, en efecto, un posmodernismo agresivo se hace indistinguible de una especie de conservadurismo inerte.
La solución posmoderna ya no funcionará como respuesta al mundo en que ahora nos encontramos. Como seres humanos, declaradamente no deseamos quedarnos con sólo el mercado. Hasta los multimillonarios quieren colecciones de arte.
Esa conversación entre el artista y el público está por lo tanto cambiando nuevamente, agilizada por el amanecer de la era digital y en paralelo a esta. De seguro que la Internet es la cosa más posmoderna en el planeta. La consecuencia inmediata en occidente parece haber sido criar una generación más interesada en las redes sociales que en la revolución social.
Pero, si miramos por detrás de eso, encontramos un efecto inverso secundario: una nostalgia por algún tipo de autenticidad offline. Deseamos ser redimidos de la vulgaridad de nuestro consumo, de la farsa de nuestras poses. Si el problema para los posmodernistas fue que los modernistas les habían estado diciendo qué hacer, entonces el problema de la actual generación es lo contrario: nadie nos ha estado diciendo qué hacer.
Este creciente deseo de autenticidad nos rodea por todas partes. Lo podemos ver en la especificidad de los movimientos alimentarios locales. Lo podemos reconocer en campañas de publicidad que buscan transmitir no la rebelión sino la autenticidad.
Podemos identificarlo en las formas en que las marcas tratan de asociarse a la ética. Los valores vuelven a ser una vez más importantes. Si vamos aún más fondo podemos ver una creciente valoración de aquellos que pueden demostrarse expertos: el escultor que puede esculpir, el escritor que realmente puede escribir.
Jonathan Franzen es en esto el gran ejemplo: un novelista universalmente alabado porque evita las evasiones de género o las estrategias narrativas posmodernas, y en cambio trata de decir algo inteligente y auténtico y bien escrito sobre su propio tiempo. Después de todo, no es sólo la historia sino cómo se cuenta la historia. Estas tres ideas, de especificidad, de valores y de autenticidad, chocan con el posmodernismo. Estamos entrando a una nueva era. Llamémosla la Era del Autenticismo y veamos cómo nos va.
* Periodista y escritor. Acaba de publicar su tercera novela, “The Devil’s Garden” (“El Jardín del Diablo”).
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