Palabras, Palabras, Palabras

Estoy intentando partir de la base, sin dar con la raíz de todo esto. Todos los días intento entrar en el mecanismo de una rutina que me saque de la monotonía que se cierne sobre lo que soy y lo que quiero hacer.

Camino mirando a la gente y veo cuerpos bellos, patéticos, inseguros, tiernos, abandonados, destrozados, felices, cuidados, hediondos y erráticos. Me sumo al universo caminante que quiere su vida rutinaria y especial, espectacular y básica, sin grandes sorpresas en una vorágine de pasión sin razón.

En mi cama aprieto la almohada como si ella guardara al genio que cumplirá aquello que busco, tan particular y sin rostro. Es evidente que no quiero ir a ninguna parte y, sin embargo, ese es mi destino deseado: no ser nadie en medio de todo y al alcance de todos. Es un sitial de desconcierto que anhelo fríamente y sin ninguna razón aparente, sólo porque creo que debe ser así, aunque no lo quiera y busque otra cosa que no existe, que no conozco, que nunca he oído mencionar por nadie, salvo en algún sueño de ideas revueltas por ahí, en una noche que no ha llegado aún.

Todo es demasiado complicado sin que deba serlo, sin que sea realmente así. El cigarrillo sabe muy amargo hoy, el sol calienta donde no quiero y mi cabeza pesa más que la inercia diaria con que se traslada. A veces siento que hay tan poco que decir y que la palabra no vale la pena de su génesis, que es solo un fuego luminoso y distractor en el mayor acto de magia de la existencia.

Me quedo vacío y ciego oyendo palabras que llegan desde lejos a atormentarme y a reírse de mi, no le encuentro sentido a esto, no hay verdad ni significado en esa palabra, no hay contenido en nada que involucre este ejercicio inútil de descubrir qué mierda pasa conmigo últimamente.